Le gustaba jugar…

A él le gustaba jugar, como al que vivió demasiado tiempo en la guerra.
A veces jugaba al mar, para erizarle la piel con su brisa; otras, se volvía ola, para que ella se zambullera riendo en sus aguas.
A veces jugaba a lluvia, para que ella le bailara la danza de la tierra que renace para dar fruto; otras, se volvía tormenta, para despeinar sus cabellos y reírse del alboroto de sus rizos.
A veces se volvía desierto, para reflejar sus arenas en sus ojos y pintarle la mirada en el color de la miel; otras, era oasis, para saciarle la sed.
A veces se volvía estrella, para que ella lo buscara en la noche; y otras, era el sol, para dorarle la piel de ese color chocolate que tan bien le sentaba.
«Ahora jugaremos a algo que te dará vergüenza poner por escrito», se rió, mordiéndole la oreja. Y en esa sonrisa ella se perdió para siempre…
(«Vida desnuda», de Mónica Nita)