Recorre sola el camino, niña…

Se fue igual que vino, sin enterarme apenas, más que por ese vacío amargo que empecé a sentir en el corazón desde que se marchó. Se fue antes de saciarse de mí y antes de que me hiriera demasiado con sus tantas ausencias y con sus desvanecidas mentiras. Pero mientras estuvo, fue como una ráfaga de tormenta que turbó las arenas de mi desierto, para luego recomponerlo de otra forma, a lo mejor más cerca de la perfección, del Absoluto hacia donde todos nos dirigimos.
Duele. Duele, igual que tanto dolió su ausencia y la casi eterna espera, pero no hay mejor remedio que aguantar eso que duele, porque es la mejor opción de las que se presentan. Duele, pero si estuviera aquí, a lo mejor dolería igual; o más.
Recorre el camino, niña, recórrelo sola ahora, como tantas veces – casi todas – en tu vida. En breve, los mundos llenarán de nuevo tu alma y tu mirada volverá a brillar cuando la amargura de la ruptura amaine. Ama la mano que el destino te tenderá de nuevo y vuelve a confiar en la mirada de otros hombres que ofrendarán su amor en el altar de tu pecho. Confía en ellos y déjalos acariciar tus lágrimas, para que puedan brillar de nuevo en tus ojos la esperanza y la luz de los mundos que en todos anida.
Recorre sola el camino, niña…